¡Sólo los burros se aburren!

Piérdele el miedo a la palabra aburrimiento.  Si tu hijo se queja  de que está aburrido, dile en broma, «A ver, déjame ver si tienes orejas de burro, porque ¡sólo los burros se aburren!»

Muchas veces nos dejamos convencer por la publicidad de que ser buenos padres es comprar cuanto juguete se anuncia. Con el afán de mostrarle cuánto lo queremos y por complacerlo, le compramos, le compramos y le compramos.

Poco a poco su recámara comienza a parecer juguetería. Jugar para el niño significa entonces, tirar todos los juguetes en el piso, para después pisarlos y decir que está aburrido.

Esto resulta natural, pues cuando se sobreestimula le cuesta trabajo enfocar su atención, y su defensa natural es ignorarlo todo. Se cierran sus sentidos y se vuelve apático: nada le parece atractivo y nada le gusta.

Por eso observamos que son los niños que más tienen, los que más se aburren y más se quejan de no tener qué hacer.

Yo recuerdo que de niña la palabra aburrimiento no existía. Los niños tenían contados juguetes que recibían sólo en navidad y en su cumpleaños, pero no se aburrían, porque jugar era un proceso creativo en el cual participaban activamente. No esperaban que un objeto los entretuviera, y mucho menos un adulto.

Los niños inventaban todo tipo de juegos con cosas muy sencillas, como piedras y palitos que recogían en el patio. Se disfrazaban con telas o ropas de los padres y construían casas y buques fantásticos con cobijas y cojines. La imaginación del niño era la única que le ponía un límite a su diversión.

Si un niño llegaba a aburrirse, sabía que no tenía caso quejarse con su madre pues el problema no era de ella, sino suyo. Ningún padre se sentía culpable si su hijo se aburría.

Muchos aparatos tecnológicos y juguetes son muy elaborados y dejan poco a la imaginación. Deslumbran con sus detalles y su sofisticación, pero la verdad es que dan pocas oportunidades para que el niño pueda inventar sus propios juegos y por eso termina aburriéndose de ellos.

Como dijo una madre al ver que su hijo jugaba horas con la caja de cartón de uno de sus regalos de navidad, “De haber sabido, en vez del juego tan caro que le compramos, ¡le regalo una caja de cartón!”

Aunque las familias ahora son muy reducidas y algunas viven en lugares donde no hay más niños con quien jugar, la solución no es comprarles más juguetes, inscribirlos en más clases o tener que entretenerlos.

El niño tiene que aprender a convivir, razón por la cual sí es importante propiciarle un ambiente donde trate a niños de distintas edades, pero también tiene que poder estar solo y entretenerse por sí mismo.

Piérdele el miedo a la palabra aburrimiento. Si tu hijo se aburre, es su trabajo encontrar cómo desaburrirse. Como me gusta decirles en broma, A ver, déjame ver si tienes orejas de burro, porque ¡sólo los burros se aburren!

Si no lo entretienes y no lo conectas a un aparato tecnológico, tendrá que hacer acopio de su imaginación y ser creativo para salir de su aburrimiento. Así que, de algo negativo, si lo permites, puede surgir algo ¡muy positivo!

Recuerda, tú no eres la encargada de mantener a tu hijo entretenido. Una cosa es jugar un rato con él, otra muy distinta que no pueda estar solo. Atrévete a dejar que se aburra y permítele que tome responsabilidad de su aburrimiento y encuentre algo creativo que hacer.

 

 

 

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