Expresarse se vale, ser grosero ¡no!

Vivimos una época muy afortunada en que los hijos tienen la libertad de expresión que otras generaciones nunca tuvieron. Pero hay que enseñarles a expresarse sin ofender o lastimar, mostrarles el cómo.

Me compartió una madre de familia que se le salieron las lágrimas al despedirse  de su hija que se iba de campamento.  Al verla la hija le dijo, “No llores, mamá, acuérdate que los hijos somos prestados.”

Me impresionó que una niña de 8 años pudiera hacer esta reflexión, y me hizo pensar en la lucidez que tienen los niños de la actualidad, y cuántas veces nos sorprenden con comentarios que no esperamos.

Cuando yo era pequeña recuerdo que pensaba muchas cosas pero ¡qué esperanzas de decirlas! Sin embargo, ahora vivimos una época muy afortunada en la que los hijos tienen la libertad de expresión que otras generaciones nunca tuvieron. Pero eso conlleva la responsabilidad de enseñarles a expresarse sin ofender o lastimar, mostrarles el “cómo”.  La libertad de expresión no da el derecho a herir.

He aquí la difícil tarea de los padres: validar sus sentimientos pero poner límites cuando sea necesario. Decirles,

“Hijo, te quiero escuchar porque para mi es importante lo que sientes. Pero no puedo permitir que seas grosero. Puedes decir lo que piensas sin faltarme al respeto.”

“Entiendo hija que estés enojada.  Con mucho gusto podemos hablar pero una vez que las dos estemos calmadas.”

“Sé que lo que hizo tu hermana te enfureció pero no puedo permitir que le pegues.”

Es importante apreciar esta nueva libertad que tienen los hijos para expresar sus sentimientos, deseos, molestias, temores… Cuando nos confronten, podemos ofendernos, o tomar en cuenta lo que dicen como un reflejo de lo que ven en nosotros, o de lo que sienten. Hoy en día los padres tenemos muchas oportunidades de crecimiento si  prestamos atención.  Al escuchar, nos conectamos de corazón a corazón y  ellos se sienten tomados en cuenta  y “vistos”. Limamos asperezas que de otra manera se convertirían en resentimientos.

Conforme pasan los años me doy cuenta que las relaciones significativas no son muchas, que la amistad es algo precioso que tenemos que valorar, cuidar y cultivar. Cuando dialogamos con los hijos,  abrimos la puerta a una nueva posibilidad de relación para que al convertirse en adultos jóvenes, nos busquen porque se sienten en confianza y disfrutan nuestra compañía, en vez de por obligación o porque se sienten culpables.

Empecemos hoy a sembrar a través del respeto mutuo y una comunicación abierta, para cosechar mañana una conexión amorosa con los hijos que perdure a través de la distancia y del tiempo.

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