¡Apúrate, mi hijita!

La prisa no te permite ver con claridad a dónde vas, y por eso equivocas tus prioridades. En consecuencia, te has vuelto impaciente, nervioso e irritable y has dejado de contactar tus propias necesidades y las de los que te rodean.

¿Tienes la impresión de que el tiempo transcurre a gran velocidad, que se está acabando y te queda mucho por realizar?¿Te levantas apurado y te acuestas agotado? ¿Piensas que por falta de tiempo estás dejando pasar muchas oportunidades y que las vas a perder para siempre?

Entonces te tengo una noticia, ¡estás estresado! La prisa, como neblina en una noche invernal, ha empezado a cubrirte y ni cuenta te has dado. La prisa no te permite ver con claridad a dónde vas, y por eso equivocas tus prioridades. En consecuencia, te has vuelto impaciente, nervioso e irritable y has dejado de contactar tus propias necesidades y las de los que te rodean.

Si tienes hijos, seguramente ya los contagiaste de tu prisa, y ellos también participan en ese torbellino de actividades que han perdido su sentido. Por esta prisa has olvidado que lo más importante es ¡el proceso! Porque si no lo es, entonces, tu vida sólo tiene un objetivo: la muerte. Suena terrible ¿verdad?

El sentido de vida de un niño pequeño, sin embargo, es muy distinto y también muy claro. Vive para el presente, el pasado ya lo olvidó y  el futuro no existe. Vive el ahora, en todo el sentido de la palabra.

Por eso su ritmo lento para realizar las cosas, porque no tiene a donde llegar. Donde está, está perfecto. El mundo y su cuerpo le ofrecen un sin número de posibilidades de exploración, y todo despierta su curiosidad. Con verdadero asombro se conmueve ante cada nuevo descubrimiento.

Los padres de antaño entendían esto. Cuando un niño de dos años comía, se podía tardar el tiempo que quisiera, nadie lo apresuraba, y comer no era sólo ingerir. El niño veía en ese plato con cereal y leche, un maravillo campo de experimentación. Sumergir con la cuchara ese pedazo de alimento, para luego soltarlo y observarlo flotar, no dejaba de sorprenderlo una y otra vez.

Pero ahora veamos la vida de un niño actual. Lo primero que escucha al despertarse es ¡Apúrate, mi hijito! Me gusta decir de broma que si le preguntas a un niño de dos años su nombre, te va a contestar, Apúrate, ¿y tu apellido?, Mijito. Por que son las palabras que más escucha en el día.

Hay madres que le dicen al hijo, Apúrate. Cuando le pregunta, ¿Adónde vamos, mamá?, ella contesta, No sé, pero ¡apúrate!

La prisa se ha convertido para muchos en un modus vivendi, en un estado de ánimo. Ya no importa a dónde van, ni que tienen que hacer, porque su atención siempre está puesta en lo siguiente, que por cierto, no se acuerdan qué es. Si los observamos a distancia, veremos que parecen gallinas descabezadas corriendo en círculos.

La vida no es un producto que hay que terminar, ni un lugar al que hay que llegar. Si planeas tus vacaciones pero concluyes, Estoy en mi casa, voy a viajar para regresar nuevamente a mi hogar. Por lo tanto, ¿qué caso tiene salir, si ya estoy en mi destino final? Pensar así te parecería absurdo ¿no es así?, porque no vas de vacaciones por el destino final, sino por el placer del recorrido.

De igual manera, la vida es un proceso evolutivo que hay que disfrutar. Qué puedes, al igual que el niño pequeño, apreciar como una aventura de oportunidades ilimitadas para gozar, en donde ¡no hay lugar para la prisa!

Recuerda, ¡menos es más! Haz menos actividades pero con mayor calidad, revisa tus prioridades para hacer de la convivencia con tus hijos la más importante, y disfrútalos en el presente, porque finalmente, ¡es lo único que realmente tienes!

 

 

 

también te puede interesar

¡Sé el primero en enterarte!
Esconder