El miedo al nido vacío

En el amor tienen que estar  implícitos estos dos movimientos: el de acoger y el de soltar. Son movimientos opuestos, pero ambos necesarios cuando quieres a tu hijo.

 

Tenemos todo tipo de miedos con relación a los hijos: miedo a que se lastimen, miedo a que sufran, miedo a que se enfermen, miedo a que fracasen, miedo a que sean infelices. Es natural tener estos miedos, pero hay que cuidar que sean sólo visitas pasajeras para que no contaminen nuestro amor y lo conviertan en una prisión asfixiante.

Uno de los miedos más comunes es el miedo a que el hijo crezca, deje de necesitarnos y se vaya. Cuando lo disfrutamos quisiéramos detener el tiempo para retenerlo siempre a nuestro lado. Reconocer que está creciendo y necesita probar sus alas nos puede entristecer al darnos cuenta de que no tardará en partir. Esta tristeza es parte natural del proceso de desprendimiento, de saber que el nido se quedará vacío. Es el dolor ante la pérdida.

Este miedo puede evitar que reconozcas que tu hijo está creciendo y necesita otro trato. A nivel subconsciente puedes concluir que si te niegas a ver el cambio, entonces no ocurrirá. Que si te empeñas en seguir tratándolo como pequeño, así se quedará.

Cuando a un hombre de 30 años lo siguen llamando Panchito como cuando era un niño, resulta claro que no se resisten a verlo como adulto. Al igual que cuando una madre   dice con orgullo, Para mí, siempre serás mi chiquitín, tengas la edad que tengas.

Cuando no reconoces que está madurando y no le permites empezar a responsabilizarse de su vida, lastimas tu relación. Cuando, por ejemplo, una madre sigue insistiendo en que su hija de 18 años cargue con su suéter porque sino se va a resfriar, a la hija no le queda más remedio que contradecirla aunque sienta frío, pues darle gusto significaría que está de acuerdo en que siga manejando su vida. Su rebeldía le dice claramente, ¡Déjame hacerme cargo de mi propia vida!

Si por un lado está el miedo y dolor a la separación, por el otro tiene que estar la alegría y la admiración de verlo madurar. Tiene que estar el placer de contemplarlo crecido, seguro e independiente. El amor que le tienes debe llevarte a querer ante todo su mayor bien.

Así que el amor y el deseo de que logren realizarse como seres humanos, tiene que ser más fuerte y tener mayor peso que el miedo y dolor de que te dejen. Porque en el amor están implícitos estos dos movimientos: el de acoger y el de soltar. Son movimientos opuestos, pero ambos necesarios cuando quieres a tu hijo.

Si lo dejas volar, regresará a tu lado cuando haya probado sus alas, no por obligación ni por culpa, sino por el cariño y respeto que te tiene. Porque disfruta de tu compañía y quiere compartir contigo, porque sabe que gozas viéndolo abrirse camino en la vida, con valor y confianza. Y ¿acaso puede haber mayor placer que saber que has contribuido de esta manera decisiva en su proceso?

también te puede interesar

¡Sé el primero en enterarte!
Esconder