Maestro, ¡educa con el corazón!

Educar con el corazón quiere decir ver más allá de las apariencias, más allá del comportamiento y más allá de las limitaciones del alumno, para tocar su parte esencial.

Estamos viviendo una época de grandes retos que nos abre a nuevos cuestionamientos sobre la educación:

  • ¿Puede el maestro seguir educando como lo hicieron las generaciones pasadas?
  • ¿A que retos nuevos se enfrenta? ¿Los niños de ahora son los mismos de antaño?
  • ¿Qué puede aportar el maestro para transformar de manera positiva al tejido social?

 

Definitivamente que lo que vivimos ahora es muy distinto de lo que les tocó a nuestros antepasados. La desintegración familiar, el incremento en madres que trabajan, la inseguridad social y los avances tecnológicos, influyen de manera decisiva en las nuevas generaciones. Y estos cambios exigen que los maestros se actualicen para educar de una nueva manera, ¡a través del corazón! Sólo así podrán prepararlos para un mundo incierto y cambiante.

Educar con el corazón quiere decir ver más allá de las apariencias, más allá del comportamiento y más allá de las limitaciones del alumno. Significa tocar su parte esencial, aquello que lo hace diferente y único. Porque cuando logramos acercarnos, libres de prejuicios y expectativas, entonces, tenemos la oportunidad de que nos muestre quién es.

La cabeza razona y analiza, pero es el corazón el que comprende, el que entusiasma y el que inspira. Es el corazón el que aprecia lo que realmente tiene significado y hace a un lado lo intranscendente. Es el corazón el que valora y ama. Educar con el corazón significa, por lo tanto, educar en el amor.

Entonces, ¿cómo podemos educar amorosamente para ayudar a cultivar la autoestima de nuestros alumnos? Primero que nada, conectándonos y sintiendo nuestras emociones. Dándoles un lugar en vez de ignorarlas, negarlas o taparlas. Estas emociones reprimidas se acumulan, volviéndonos impacientes e irritables, y estallamos en los momentos menos esperados lastimando al alumno, a veces por incidentes de poca importancia.

Cuando corregimos a los alumnos con gritos, insultos, humillaciones o violencia, además de lastimar su autoestima, les enseñamos a hacer lo mismo. Y es así como perpetuamos las cadenas de maltrato.

Educar con el corazón también significa conectarnos con el anhelo de crecer y querer ser mejores personas. Entonces los contagiarmos con el entusiasmo y la pasión por vivir y el aprecio y la gratitud por la vida.

Ser un maestro es un privilegio. Reconozcamos la oportunidad que nos proporciona la convivencia diaria con nuestros alumnos para abrir nuestro corazón y dar lo mejor de nosotros mismos.

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