Tu hijo ¡no te pertenece!

Cuando algo te pertenece puedes disponer de ello a tu antojo. ¿Es válido hacer esto con tu hijo?

En una conferencia mencioné que los hijos no nos pertenecen, y al finalizar una persona se me acercó y me pidió que le explicara lo que quería decir. Le aclaré: cuando piensas que algo es tuyo, concluyes que tienes derecho de hacer con ello lo que mejor te place, porque te pertenece ¿o no?

Si tú eres dueña de una casa, puedes hacerle lo que desees: modernizarla, cambiarle el color y hasta derrumbarla si se te antoja. De igual manera, puedes pensar que si tu hijo te pertenece, entonces, tienes derechos exclusivos sobre su vida y puedes hacer con ella lo que te venga en gana.

Lo moldeas de acuerdo con tus preferencias, es decir, si es tímido y soñador y lo prefieres alegre y sociable, te empeñas en cambiar su temperamento. Debe ser diferente para complacerte porque consideras que está aquí para hacerte feliz, tenerte satisfecho, cumplir tus expectativas y realizar tus sueños. Si quisiste ser abogado, futbolista, doctora o modelo y no realizaste tus sueños, a tu hijo le corresponde compensarte.

Su obligación también es hacerte quedar bien y cuidar tu imagen en todo momento, ya que él es sólo una extensión de tu persona. Por eso debe vestirse y «portarse bien». Además, tienes derecho de exigirle que te atienda y esté a tu disposición, al fin y al cabo tú le diste la vida y lo mantienes. Y debe obedecerte porque siempre sabes lo que mejor le conviene.

Suena aterrador, ¿no te parece? Se escucha viejo y anticuado porque, efectivamente, así pensaban nuestros antepasados. Creían que tenían derecho de hacer lo que querían con sus hijos. Pero afortunadamente las generaciones actuales están despertando y exigen que crezcamos con ellas. Saben que no nos pertenecen: sólo han nacido a través de nosotros para descubrir quiénes son y encontrar su propio camino.

En este proceso, los padres somos la red que los contiene. Cuando son pequeños, es un sostén fuerte que les ofrece seguridad. Pero conforme van creciendo, tenemos que ir soltando para que aprendan a avanzar por su cuenta y se responsabilicen de su vida.

Querer a tu hijo, por lo tanto, es acompañarlo con un profundo respeto hacia su individualidad hasta que se haga independiente. Este proceso requiere: apoyar sin imponer; sostener sin asfixiar; corregir sin desalentar; y conducir sin controlar.

En pocas palabras: ¡amar  para después,  dejar en libertad!

 

 

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