¿Qué calificación le pones a tu hijo?

Cuando lo que más valoramos en el  hijo son sus logros académicos, estamos sufriendo de miopía. ¿Quién nos asegura que sólo el que tiene buenas calificaciones tendrá éxito en la vida y se sentirá satisfecho consigo mismo?

En una entrega de premios en un colegio, una madre le preguntó a la persona sentada al lado, Oiga, ¿cuántos hijos tiene? ¿Cómo son? Y ella le respondió, Pues mire, tengo tres: un diez, un ocho y un burro, un cuatro. Pero, bueno, ¡imposible que le salgan a uno todos buenos!

Algunos padres no lo dicen con estas palabras, puede que sean más educados y sutiles, pero el contenido puede ser el mismo: mis hijos son una calificación. Me explayo en las hazañas del brillante, se me llena la boca hablando de sus premios, reconocimientos y títulos, y pues al burro, mejor ni mencionarlo. Este niño queda excluido como la vergüenza familiar.

¿Quién nos ha hecho creer que nuestros hijos son una calificación y que pueden ser medidos y comparados? ¿Acaso es posible reducir su valor como seres humanos a un número o una letra? Cuando los hijos se vuelven una calificación, los padres se valen de todos lo medios para que destaquen y sean el orgullo de la familia y se apoyan en premios y chantajes para lograrlo.

Siendo coordinadora de un colegio, me llamó la atención el caso de una niña de escasos 9 años, que fue llamada a la dirección porque había intentado copiar la firma de su padre en la boleta de calificaciones. ¿Qué la llevó a hacerlo? El miedo. Miedo al castigo, a la desaprobación y al rechazo de sus padres, que se negaban a aceptar que tenía problemas de aprendizaje.

Cuando lo que más valoramos en nuestros hijos son sus logros académicos, estamos sufriendo de miopía. ¿Por qué sólo valorar al intelectual que destaca en el colegio? ¿Acaso es mejor el intelectual que el que tiene habilidad para relacionarse, mejor que el que tiene un corazón generoso, es deportista o tiene talentos artísticos? ¿Quién nos asegura que sólo el que tiene buenas calificaciones tendrá éxito en la vida y se sentirá satisfecho consigo mismo?

Afortunadamente han surgido trabajos como los de Howard Gardner y Thomas Armstrong que tratan sobre las inteligencias múltiples del ser humano. Su trabajo nos lleva a valorar y explorar otras inteligencias (kinestésica, interpersonal, musical, etc.) además de las dos más valoradas por la mayoría de las escuelas: la inteligencia de tipo linguístico y la inteligencia de tipo lógico-matemático.

Interésate, investiga y conoce mejor a tu hijo para que reconozcas su tipo de inteligencia y puedas apoyarlo en su desarrollo. Pregúntate, ¿cuáles son sus fortalezas, sus intereses y sus habilidades? ¿Qué se le dificulta y qué lo limita? De esta forma podrás apreciar a tu hijo de manera integral, con sus cualidades y sus debilidades y acompañarlo amorosamente en su proceso de maduración.

Cuando tengas la tentación de pensar que lo más importante en la vida de tu hijo son sus calificaciones, recuerda: Albert Einstein, el genio, tuvo dificultades en la escuela. Pero afortunadamente, sus padres tenían una visión muy amplia. En una de sus cartas, su padre le escribió:

“Hijo… no dejes de tocar el piano y no te preocupes si no lo haces muy bien, lo importante es que lo disfrutes… En cuanto al colegio, no te preocupes si vas mal en tu clase de matemáticas..”

Si el padre de Einstein le daba estos consejos a su hijo, ¿por qué nosotros los reducimos a una calificación? Nuestros hijos son más que su rendimiento escolar, más que sus apariencia, más que su comportamiento.

Ampliemos nuestra visión y abramos nuestros corazones para apreciarlos como ¡los seres maravillosos que son!

 

 

 

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