Dignificando al maestro

Si el maestro quiere recuperar su dignidad, necesita entrar nuevamente en contacto con su vocación. Recordar porqué escogió este camino y despertar nuevamente el amor por su profesión.

No hace más de 100 años, el maestro ocupaba una posición en la sociedad de la misma importancia y envergadura que el sacerdote y los gobernantes. La palabra maestro se pronunciaba con orgullo y respeto. Cuando se refería uno al “maestro”, hasta el tono de voz cambiaba indicando aprecio por su persona. El maestro tenía dignidad.

Pero ¡cómo a cambiado esto! En algunas escuelas escucho que los maestros se quejan de que los padres consienten a los hijos y por querer complacerlos, minan su autoridad. Quieren que el maestro sea como ellos, suave, dulzón y sin consistencia. Quieren un maestro, como me gusta decir en broma, “malvavisco”.

Cuando los padres son permisivos, a veces mienten para proteger al hijo cuando no hace la tarea o no cumple con sus obligaciones; lo disculpan si falta al respeto a sus compañeros; y contradicen o ignoran las llamadas de atención de los maestros. Si el profesor regaña al alumno, el niño se queja con el padre que al día siguiente se presenta a reclamarle y lo acusa de injusto, de poco comprensivo y amenaza con hablar con el director. Los maestros muchas veces por evitarse conflictos, tienen cuidado de no contradecir nuevamente al alumno y dejan de poner límites, aunque los consideren necesarios. Con el apoyo de los padres, los alumnos van adquiriendo cada vez más poder mientras los maestros se debilitan y pierden su autoridad.

Pero ¿quién es responsable de que el maestro pierda su lugar? Me duele decirlo, pero ¡es el maestro mismo! Los padres de familia son catalizadores, pero es el maestro el que finalmente deja de hacer lo que considera correcto y se doblega ante los padres. De esta manera erociona su carácter, hasta convertirse en un títere que nada tiene en común con el maestro que inicialmente era.

Si el maestro quiere recuperar su dignidad, necesita entrar nuevamente en contacto con su vocación. Recordar porqué escogió este camino y despertar nuevamente el amor por su profesión. Porque ser maestro es una gran responsabilidad pues está tratando con seres en proceso de desarrollo que aún son inmaduros e impresionables. Sus comentarios y actitudes influyen de manera decisiva en como el alumno se percibe a sí mismo y puede inspirarlo para querer ser una mejor persona, o lo puede desalentar y devaluar.

Por otro lado, el maestro es también el eslabón que une al alumno con el mundo, y sus enseñanzas pueden inclinarlo a percibirlo como un lugar maravilloso, interesante y digno de ser explorado, o como algo insípido, aburrido o amenazante. Del entusiasmo y la pasión del maestro por la vida, depende que el alumno ame aprender y se interese por seguirse cultivando. Un buen maestro lo encaminará a su futuro con confianza y seguridad, sabiendo que tiene el valor para enfrentar los retos que la vida le proporciona. Le enseñará que la vida ofrece innumerables oportunidades para aquellos que desean aprovecharlos.

Cuando el maestro reconozca de manera consciente la importancia de su labor y asuma su responsabilidad, la sociedad le corresponderá dándole el lugar que merece: un lugar privilegiado como formador y educador de las siguientes generaciones. Así la sociedad le dará valor al que valor merece.

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